Se habla mucho de innovación educativa. La inmensa mayoría de la población lo asocia con galácticos avances tecnológicos. La innovación es cualquier proceso de creación novedosa o modificación de algo ya existente con el ánimo de mejorarlo.
Preguntando a personas de mi entorno, pero de diferentes perfiles, casi todas aludían a nuevas metodologías, programas informáticos educativos y, por supuesto, aprendizaje idiomático.
Mi escepticismo radica en comprobar que estos avances navegan a favor de unos valores socioculturales mundiales que atragantan el aprendizaje sosegado y concentrado de cualquier materia. Un elevado porcentaje del tiempo de aprendizaje se dedica a los anteriores aspectos, mientras que otros que son inherentes al ser humano son expulsados de las aulas, justo, las disciplinas más creativas de todas (filosofía, música y artes). Paradójico. Me pregunto de qué sirve saber multitud de idiomas si no se se enseña a pensar, discernir, decidir, reflexionar, crear o entender y gestionar nuestras emociones y las de los demás. Todas estas capacidades requieren de mucho tiempo. De lapsos prolongados en los que mirarse y escucharse. Habitamos un tiempo asfixiado por el cumplimiento del currículum oficial.
Me pregunto por la utilidad de dichos avances tecnológicos, si para parirlos mueren personas que habitan los lugares donde abundan las materias primas con las que se fabrican. O si para aprender otro idioma, ni siquiera manejamos con fluidez el materno. Alto precio el de la innovación.
Me pregunto qué mundo hemos creado en el que ha perdido su valor la figura docente, que es en la que se materializa toda esa esencia humana (emociones, lenguaje y naturaleza).
Me estremece que las charlas "educativas" se vean monopolizadas por cifras, protocolos, prisas, ruidos, rigidez normativa y burocracia en exceso. Centros llenos de educadores desvitalizados desfilando al son de lo externo.
Por todo ello, me cuestiono cada día si la verdadera innovación, pasa antes de nada, por alumbrar docentes sensibles que apuesten por un autoconocimiento tan arrollador y continuo que nos proporcione un sentido común capaz de manejar con criterio el continuo atropello que nos viene impuesto. No todo vale. No toda innovación es saludable, ni necesaria. La auténtica mejora reside dentro de cada uno. Cuidarnos para cuidar. Educarnos para educar. Querernos para querer. A esto sí lo considero NOVEDAD.
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