Me hastía la manida frase "lo que quiero es que mis hijos sean felices". ¡Y yo ser un unicornio! Eso se da por sentado. El asunto es matizar qué entendemos por felicidad.
Desde el amor que los padres profesan a sus vástagos querrían evitarles cualquier sufrimiento. Sin embargo, evitárselo lo único que provocará es infelicidad e inadaptación. La felicidad no es placer fácil e inmediato. Zozobramos en una sociedad en la que la consecución instantánea de deseos nos ha arrastrado a un desierto anímico, pues nunca nada es saciado. Y esa búsqueda sin fin genera insatisfacción. La felicidad tienen más que ver con el equilibrio armónico que nos permita enfrentar los acontecimientos con emociones acordes a las circunstancias, incluso las desagradables. Y no hay otro escape que vivenciar en nuestra piel la tristeza, el miedo, la ansiedad, la soledad, el rechazo, la frustración, los errores... Son inherentes a la vida. Desde este punto de partida, solo contribuiremos a la felicidad de nuestros menores si les damos herramientas de gestión emocional y autoconocimiento que les lleve a una coherencia adaptativa. Es sabido que nos enfrentaremos a cientos de experiencias vitales no deseadas, y algunas, de extremada dureza. La manera de volvernos resilientes es aprender a transitarlas con la confianza de que pasarán y que disponemos de destrezas para hacerlo.
Algunas competencias que transforman el fracaso en éxito son la reflexión, la expresión analítica de ideas y emociones, la creatividad, el diálogo, la actitud filosófica, el pensamiento crítico, la paciencia, el valor del esfuerzo, la capacidad de decisión y la confianza de quienes educan.
En definitiva, es maravilloso fracasar, pues nos hace desplegar aquellas habilidades que nos vuelven fuertes, capaces y libres. ¿Y acaso sentir fuerza y libertad no nos acerca a una serena felicidad?
Totalmente de acuerdo. Se nos ha inculcado que "en acto y en potencia" hemos de ser competitivos, libres de taras, sin derecho a errar, porque ello nos hace débiles y vulnerables, y así no llegaremos a nada en el mundo utópicamente "Happy" que nos puede aguardar si ocultamos o soslayamos el dolor. Qué manida está la palabra felicidad y sus "unicornios de colores". Lo que duele, lo que afea, lo que nos debilita ha de taparse, sin ser conscientes muchas veces que, aunque tapones las heridas seguirán por su naturaleza ensuciando el envoltorio de la cura hasta sus capas más visibles. Sólo la "enseñanza" de algunas cicatrices, que alguien sabiamente te mostró o automostraste como humanas a edades tempranas t…