La filosofía es, según su etimología, el amor a la sabiduría (viene del griego filos: amor y sophia: sabiduría). Es el estudio de problemáticas diversas como son el conocimiento, la mente, la consciencia, la ética, el lenguaje, la belleza, la moral. Explora la esencia del mundo y de sus habitantes, dotándonos de una serie de reflexiones trascendentales. Se trata de una mirada holística a todo cuanto nos rodea y nos conforma.
En la mitología griega, la lechuza es el ave que acompaña a Atenea, diosa de la sabiduría. Esta lechuza de Atenea ha sido utilizado en la cultura occidental como símbolo de la sabiduría y la filosofía. Los maestros y maestras lechuzas ven en la oscuridad, sus ojos de sorpresa ansían ver y vuelan al son de su gran intuición.
Dicho esto, aterricemos en educación. En una sociedad infestada de estímulos en la que el tiempo se torna un privilegio, urge más que nunca parar y pensar. Desde que nos despertamos por la mañana encadenamos decisiones. Lo importante en educación es ayudar a ver desde dónde las tomamos. Esta es la actitud filosófica de la que todo educador deberíamos envolver nuestra labor. Para decidir de manera coherente, la esencia de la filosofía es la receta. Transmitir a nuestros educandos a dudar, a buscar y contrastar información, a transitar con delicadeza y amor cualquier acción, es educar con actitud filosófica. Dado que la filosofía es el amor a la sabiduría; y sabiduría no es sinónimo de conocimiento, sino de comprender lo esencial, todos aquellos que opten por tal actitud, ahondarán con profundidad y criterio responsable en sus enseñanzas. Y es que, ¿Cómo se puede ser buen docente sin esta predisposición, si educar implica sacar a la luz la sabiduría del individuo para que sobrevuele la vida?
Ya Galeno, médico de la antigüedad, veía con nitidez que cualquier profesión necesita de su cimentación filosófica para ejercerla con sensatez y moralidad. En esa misma época, no solo médicos, sino matemáticos, oradores o astrónomos, hilvanaban sus quehaceres con el amor a la sabiduría, con filosofía. La actitud filosófica comporta una mirada observadora, crítica, transparente, aguda, humilde, investigadora, curiosa, amorosa, pacífica, dialogante, arriesgada, valiente, contemplativa, paciente, ecuánime, honesta, esperanzadora y perseverante.
Fue Hipatia, una de nuestras grandes filósofas, que albergaba tal cúmulo de íntegras cualidades. Afirmaba, entre otras muchas ideas: Defiende tu derecho a pensar, porque incluso pensar de manera errónea es mejor que no pensar.
Aquellos docentes que deseemos mirar de tal modo, habremos de cultivarlo, al igual que hicieron otros.
El pensamiento crítico envuelto de sutileza en el uso del lenguaje genera trascendencia en la educación. El profesorado que necesitamos es aquel que, nos recuerde que la inteligencia es belleza. Una inteligencia que no guarda relación con atesorar conocimientos, sino con una actitud despierta hacia lo que, bajo nuestro criterio, genera satisfacción y pertenencia a la vida.
Es la actitud filosófica la que nos posibilita danzar con la ambigüedad. Y es el disfrute de este baile, el que nos ancla cuando los vaivenes zozobrantes de la vida nos arrasan. Por lo que, sí, rotundamente creo en la filosofía como vía de desarrollo saludable. Cualquier docente igual que necesitaría formarse en educación emocional, requiere de una formación filosófica. Quizás la formación inicial y permanente del profesorado debería contemplarlo. Junto con una formación autodidacta y un profundo autoconocimiento que nos aproximara a tal orientación comportamental. ¿O no? En cualquier caso, pensemos...
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